El renovado impulso de un buen número de personas por abandonar la ciudad y empezar una nueva vida en zonas naturales, deja en evidencia cuanto hemos aprendido a valorar la naturaleza y la posibilidad de desarrollarnos junto a ella, pero al mismo tiempo, nos habla del alejamiento que hemos experimentado con la dimensión silvestre del ecosistema más importante para la calidad de vida de las personas: el ecosistema urbano, un ecosistema vivo y funcional que al igual que el bosque nativo, es un facilitador activo de las condiciones que sustentan la vida de todas las especies, incluyendo la nuestra.
Según el último censo más del 85% de los Chilenos viven en ciudades y menos del 4% de nuestro tiempo está disponible para visitar zonas naturales. Es decir, la cercanía que desarrollemos con la dimensión silvestre de la ciudad define en gran medida, la profundidad del vínculo que logremos construir con la naturaleza y sus diversas formas de vida. Lamentablemente, el ritmo de la ciudad no colabora con promover hábitos de observación y valoración de la vida silvestre que nos acompaña, lo que configura un escenario desafiante de resolver pero que encuentra un importante aliado en el gran impulso que han alcanzado la divulgación y la educación ambiental.
A pesar de la distribución desigual y fragmentada con que se han incorporado plazas y parques urbanos a nuestras ciudades, hoy vivimos una expansión de voluntades y programas que ha logrado dar un vuelco significativo a esa carencia, incluso en ciudades pequeñas como Pucón y Villarrica, donde las personas tienen la oportunidad de acceder a grandes zonas naturales. Cada vez más personas tienen la oportunidad de pasar tiempo en una plaza, hacer deporte en un parque, caminar entre veredas vegetadas y hasta notar el paso de las estaciones, experiencias que hoy sabemos revisten beneficios notables para la salud física y mental; para el desarrollo social y cultural de los espacios públicos y finalmente, para revertir el distanciamiento multidimensional que la vida urbana nos ha generado con la naturaleza, pero debemos reaprender a observar, a convivir con las especies que esos parques y plazas le regalan a nuestro cotidiano, y es en ese aprendizaje donde las instancias abiertas o formales de educación tienen una oportunidad histórica, porque el reencuentro con la vida silvestre de nuestro cotidiano, también es una forma volver a entender la ciudad como un espacio natural, asunto de vital importancia frente a la creciente necesidad de restar presión sobre territorios rurales, un fenómeno que se vive con fuerza hoy en las regiones del Sur de Chile.
Independiente de su tamaño, la naturaleza está recuperando espacios de la ciudad y en el reencuentro de la divulgación y educación ambiental con el ecosistema urbano, habita una semilla de reconexión con la vida silvestre, con la crianza en la naturaleza y con la oportunidad de convertirnos en una sociedad disponible para tomar decisiones que consideren el bienestar de todas las comunidades, humanas y no humanas.